Qué es la posverdad, una mentira que miente?
MORDISCO

Qué es la posverdad, una mentira que miente?

La posverdad es definida como una mentira emotiva que tiene como objetivo distorsionar la realidad de forma deliberada con el fin de crear o modelar la opinión pública. Habitualmente, quien emplea una falacia o mentira emotiva tiene como fin sacar alguna ventaja de la confusión o idea generada. Estas maniobras dialécticas pueden hallarse en todos los espacios discursivos de la dimensión social, desde los debates políticos hasta los intercambios de palabra de menor relevancia en la cotidianidad.

Pablo Kulcar | 30 oct 2019


 

Por Matías Monterubbianesi

 

Los medios de comunicación rápidamente propagan -mediante la reiteración- los neologismos que van surgiendo en la esfera discursiva. A veces por la propia actividad de los hablantes de una lengua, y en otros casos imponiendo palabras que intentan revestirse como nuevos conceptos, pero que en definitiva nada diferente traen a la escena. Estos vocablos, más que aclarar el panorama, vienen a confundirnos con nuevas maneras de decir lo mismo, pero bajo la apariencia de significar algo diverso.

 

La posverdad es definida como una mentira emotiva que tiene como objetivo distorsionar la realidad de forma deliberada con el fin de crear o modelar la opinión pública. Habitualmente, quien emplea una falacia o mentira emotiva tiene como fin sacar alguna ventaja de la confusión o idea generada. Estas maniobras dialécticas pueden hallarse en todos los espacios discursivos de la dimensión social, desde los debates políticos hasta los intercambios de palabra de menor relevancia en la cotidianidad.

 

Lo significativo, en cualquiera de estos casos, es que mi discurso se imponga en pos de dirigir la opinión pública a favor de la realidad que deseo instaurar. De manera que lo importante no es hablar con verdad o preocuparse por la verdad en tanto problema filosófico, sino apelar a que el otro crea en la verosimilitud de mi discurso. En el caso de los mass media el objetivo es ganar la contienda dialéctica para hacerse del imaginario social. Se trata entonces de un ejercicio de poder del lenguaje y a su vez es comprendido como un juego: gano para imponerles a los demás un relato por medio del lógos, entendido en éste caso como discurso.

 

En este juego de poder, la verdad o epistéme (conocimiento) queda desplazada por la opinión (dóxa) que consiga cubrirse con el carácter de lo verosímil. La falacia o el sofisma, es decir, un argumento falso que pretende hacerse pasar por verdadero, es la estratagema a emplear cuando se desea falsear o relativizar lo real. O en otras palabras, el sofisma presenta la cualidad de ser percibido como verdadero sin serlo efectivamente.

 

Ahora bien, el término posverdad empezó a implementarse en 1992, en un artículo publicado en la revista The Nation. Aquí el término apareció en inglés como “post-truth”. Actualmente, la posverdad adquiere la misma significación que en 1992 (mentira emotiva o la cualidad de decir algo como verdadero sin que necesariamente lo sea). A la par, se ha argumentado que posverdad no significa que la verdad se haya esfumado, sino que vivimos en una época en la que ésta dejó de ser una exigencia para el debate y/o para construir los sentidos sociales.

 

Bien podríamos decir que estamos atravesando un período que promueve aún más el desinterés por la búsqueda de la verdad al fogonear asiduamente un espíritu de relativismo absoluto que deja a todos complacidos: todo el mundo tiene la razón, ya que todo discurso pesa exactamente lo mismo en la balanza. Mi opinión es la realidad. Yo tengo mi verdad. Si cada uno tiene su verdad –sin examinar minuciosamente el contenido- entonces se produce el olvido la verdad, que deriva en una crisis del conocimiento.  

 

A su vez, y en relación a lo expuesto, la posverdad fue a su vez definida por el filósofo británico A.C. Grayling de la siguiente manera: “Todo el fenómeno de la posverdad es: Mi opinión vale más que los hechos”. Gran acierto de Grayling, pues si el conocimiento queda bajo tierra y lo importante es la opinión (el escalafón más bajo del conocimiento), entonces dichas opiniones cobran una preeminencia tan desmedida que incluso se colocan por encima de los hechos. Es decir, no importa si los hechos o fenómenos sociales demuestran lo contrario, mi opinión –en tanto opinión- está jerárquicamente por encima de ello. También podría pensarse de la siguiente manera: si mi opinión no se adecúa a los fenómenos, entonces los fenómenos no importan o están errados. Esta manera de pensar es esencialmente anticientífica y antifilosófica.

 

Habiendo clarificado el significado de posverdad, nos queda preguntarnos si ésta, dada su significación, efectivamente surgió a principios de 1990 o si tiene sus orígenes en tiempos pasados. Con motivo de intentar despejar la incógnita, nos ubicaremos en la Alemania nacional-socialista para analizar brevemente la labor de Joseph Goebbels, Ministro de propaganda del Reich, que en sus 11 principios de la propaganda comunicacional esbozó 2 que nos servirán para evidenciar que la posverdad no es otra cosa que una mentira; y que como tal desea hacerse pasar por algo verdadero (pues, desde siempre, el éxito de la mentira se mide por su influencia y capacidad de asimilarse a lo verídico). Tanto el punto 8 como el 11 resultan ejemplares. Véase:

 

-Principio 8 (verosimilitud): construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

-Principio 11 (unanimidad): llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.

 

En el principio 8 es válido tomar argumentos de fuentes disímiles con el objetivo de hacerse de información fragmentaria para así consolidar el rompecabezas de lo real (aquí se estaría implementando lo que hoy se conoce como posverdad). Por su parte, el principio 11 apela a propagar creencias u opiniones, que impulsadas por el argumento ad populum (argumento de la mayoría) promueven lo siguiente: lo que todos creen debe ser lo verdadero, independientemente de lo que crea la mayoría. Como se verá, la posverdad no es ninguna novedad y de lo que siempre se trató es de mentir con astucia para generar un sentido verídico mediante la reiteración.   

 

Sin embargo, y para hacerle honor a la verdad, tampoco fue Goebbels el creador de lo que hoy llamamos posverdad. Por lo que nos remontaremos mucho más atrás en el tiempo hasta llegar a la antigua Grecia con el fin de examinar el rol de los sofistas.

 

Los sofistas fueron intelectuales de la época especializados en distintos saberes, que además vendían sus conocimientos a cambio de un salario. Entre el abanico de conocimientos que decían poseer enseñaban el arte de la retórica.  Fueron justamente ellos quienes educaron a los ciudadanos de la Polis para que los hombres libres pudieran participar y salir  victoriosos de los debates público-políticos sin importar el contendido en sí de lo expresado, puesto que a los sofistas no les importaba la verdad en tanto problema filosófico, sino que profesaban discursos persuasivos y/o bellos que resultaran convincentes (la persuasión como finalidad).

 

Para los sofistas el objetivo o ejercicio del lógos (discurso) era lograr persuadir al otro despojándose de la unidad o correspondencia entre discurso y realidad.  Muy por lo contrario, Sócrates pensaba que sólo valía la pena hablar si era para decir la verdad, motivo por el cual decidió en primera instancia declarar su propia ignorancia, para luego buscar una unidad de sentido conceptual-universal ante cada uno de los interrogantes que formulaba. Así también fue para su discípulo, Platón, quien tras la muerte de su –considerado- maestro, recogió el guante y cargó contra los sofistas a lo largo de su extensa obra.

Es por ello que Platón los concibió como enemigos de la filosofía, enemigos de la verdad, en suma, como uno farsantes y mercaderes del conocimiento. No es coincidencia que hasta el día de hoy la palabra sofisma, como se vio al comienzo del artículo, refiera a un argumento falso que pretende hacerse pasar por verdadero. Un discurso plagado de sofismas, mentiras emotivas y falacias eficientes –propagados por los mass media en nuestro tiempo-  puede conjurar una realidad a conveniencia (posverdad).

 

Consecuentemente, podríamos decir luego de este breve recorrido, que lo que hoy llamamos posverdad se encuentra en las prácticas sofísticas que remontan a la antigua Grecia, pues en tales enseñanzas hay una escisión entre la veracidad del discurso y la realidad, y que a su vez se profundizó con el ejercicio de la palabra persuasiva de los ciudadanos cuando debatían en materia política en el espacio público (si reemplazáramos el espacio público por las redes sociales tendríamos una pintura de nuestra era).

 

¿Será éste el origen de lo que hoy los medios de comunicación intentan imponernos como ejercicio de posverdad? Si no lo es, al menos sabemos que el significado de posverdad no es para nada novedoso a pesar de su recurrente e indiscriminada implementación en los distintos soportes discursivos. 

  

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