El Bayern alcanza la perfección en Lisboa
 
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El Bayern alcanza la perfección en Lisboa

Un gol de Coman otorga a los alemanes su sexta Copa de Europa, ganada con pleno de victorias, frente a un PSG minimizado

EL MUNDO | 23 ago 2020


La perfección futbolística se hizo carne en una insospechada final veraniega de la Copa de Europa. El Bayern honró su tradición y su idiosincrasia culminando en el Día D, con un gol de Kingsley Coman, su indiscutida condición de mejor equipo del mundo, dejando al París Saint-Germain musitando una frustración que no parece tener fin, también su impotencia por encontrarse en su camino al mejor campeón de la era Champions.

 

10 victorias en 10 partidos, una trayectoria sin mácula que reporta al conjunto bávaro su sexta corona continental, ya sólo por detrás del Milan y del Real Madrid. Una hoja de servicios idílica para la que siempre será la Champions del coronavirus, especial y única como lo es este Bayern al que Hans-Dieter Flick ha conducido hacia la gloria rescatando sus esencias más genuinas. Como Jupp Heynckes en 2013, año del último Bayern campeón, el ex ayudante de Joachim Löw aterrizó a mitad de temporada con apariencia de interinidad y ha acabado logrando la eternidad.

 

La fe en su propio ideario explica el éxito del campeón alemán, que ni ante la delantera más mortífera del mundo jugando con espacios renunció a sus principios. Suponía un riesgo ofrecer campo abierto a Neymar, Mbappé y Di María, por supuesto, pero era nimio en comparación al de pretender reinventarse en plena final de Champions. Su descomunal racha, invicto en todas las competiciones desde el 7 de diciembre, 29 victorias y un empate desde entonces, invitaba a dar continuidad a una receta que había de ser exitosa por fuerza mayor. Y lo fue, dejando sin premio al mejor PSG de siempre, reivindicando que la supremacía de la vieja aristocracia europea continúa vigente. Han hecho los parisinos todo lo que debían en esta Champions, pero no les ha servido, recordando una vez más que el dinero no lo es todo. Tampoco en el fútbol.

 

Fue una final puramente alemana, mucho más efectiva y práctica que estética, resuelta de cabeza por Coman, un ex canterano del PSG, recordando así a los parisinos la importancia de valorar lo propio antes de sacarle humo a la tarjeta de crédito. El gran mérito del Bayern, como casi siempre, fue hacer pasar a su rival por un equipo menor, ahogar las virtudes ajenas manteniendo intactas las propias. Este Bayern, antes de ganarte, te desmoraliza, te reduce a una versión oscura y roma de ti mismo. Y después, claro, es más fácil ganar.

 

Coman fue precisamente la gran novedad de los onces titulares, en detrimento del más fiable pero menos vertical Perisic. Fue un acierto de Flick y no sólo por el gol. La presión ejercida por ambos equipos requería frescura y lucidez mental para ir escapando de las minas colocadas por todo el campo. De inicio, le costó quizá más al Bayern, para el que la línea del centro del campo era una trinchera difícilmente rebasable, especialmente si el balón pasaba por Davies. Cuando lo lograba, eso sí, encontraba facilidades para generar peligro, traducido en dos remates francos de Lewandowski en la primera media hora, uno de ellos al poste.

 

El PSG gozaba de menor protagonismo, pero sus llegadas, pura velocidad controlada, estaban cargadas de veneno. Antes del descanso, Neuer ya salvó dos muy claras, una de Neymar y una de Mbappé, que se sumaron a otro par de acciones peligrosas de Di María y Ander Herrera, espectacular proyectando desde la medular a sus tres delanteros, sin un solo pase fallado en toda la primera mitad. En realidad, salvo Gnabry, todos los grandes nombres se dejaron ver en los 45 minutos iniciales.

 

Las paradas de Neuer

 

El Bayern regresó del vestuario modulando su propuesta, tratando de relajar el ritmo del encuentro a través de posesiones largas que forzaban al PSG a ir metiéndose atrás. Lograron los alemanes los dos objetivos que se habían propuesto, tanto minimizar la capacidad parisina para contragolpear como, sobre todo, adelantándose en el marcador. Ocurrió al borde de la hora de partido, con un centro tocado de Kimmich desde la frontal del área que Coman resolvió con un cabezazo en el segundo palo, aprovechando la indecisión de Kehrer, que no sabía si marcar al francés o a Lewandowski y acabó eligiendo la peor de las opciones: dudar.

 

Fue entonces cuando el PSG se vio impelido a imponer su personalidad para revertir la situación. Era el momento de los líderes... y Tuchel no encontró ninguno. Sólo supo estirarse el conjunto francés, mientras el Bayern actuaba como un mentalista macabro, jugando con su ansiedad con la solvencia que sólo quien lleva en el pecho el escudo del Bayern es capaz de desplegar. Ahora y siempre.

 

Sólo en el tramo final, cuando los alemanes vieron la ocasión de poder sentenciar, lograron Neymar y Mbappé poner en cuestión la victoria final del Bayern, pero siempre apareció Neuer para demostrar que sigue siendo el que fue y que sus tiempos dubitativos quedaron atrás. Y que el Bayern siempre será el Bayern y, como tal, tiende irremediablemente a la victoria, mientras que el PSG, por mucho que lo intente, jamás tendrá el triunfo en su misma esencia. Eso se tiene, como el Bayern, o no se tiene, pero no se compra.

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