Melania Trump, la primera dama, entra con máscara en el recinto de Cleveland, recordatorio evidente de que Estados Unidos vive un tiempo anormal por el coronavirus. Se sienta entre el séquito familiar, todos sin cubre bocas a pesar de las recomendaciones.
También son anormales las circunstancias que rodean este primer debate entre el presidente Donald Trump, de 74 años, que persigue la reelección el 3 de noviembre y amenaza con no aceptar el resultado si pierde, y su rival demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, de 77, el eterno candidato de los gafes. Dos hombres septuagenarios dispuestos a decirse de todo menos bonito. El mayor poder del mundo está en sus manos.
El moderador Chris Wallace, periodista de la Fox, está en pantalla. Parece que no se ha dado cuenta todavía de que la cámara le encuadra. Al percatarse, hace un gesto de “vamos para allá” y arranca. Da consejos al público. No han de aplaudir ni lanzar “boos” reprobatorios. En esta ocasión no asisten más que 80 invitados, casi todos familiares, miembros de la campaña o periodistas. Nada que ver con el ambiente de otras ocasiones. Hay que guardar las distancias.
Al irrumpir en la sala, los dos candidatos no se dan la mano, por cuestiones sanitarias, ni escasamente se miran. Hace casi cuatro años, desde la toma de posesión de Trump, que no coinciden en un mismo recinto, ni habían estado tan cerca, y a la vez tan lejos.
Se sitúan detrás de sus respectivos atriles. La pared de fondo está ilustrada con la Constitución. Los dos visten trajes azul oscuro y camisas claras. Trump con corbata azulgrana y Biden de rayas azul marino y blanco.
Cuestión de curiosidad. Los ojos se van de inmediato hacia las orejas de Biden, a ver donde están los artilugios que se supone le han puesto para chivarle respuestas. Esto que puede parecer un chiste, se denuncia en un comunicado oficial de la campaña de Trump, quien lleva tiempo repitiendo que su contrincante está senil.
En ese comunicado se afirma, falsamente, que el equipo del ex vicepresidente pidió hacer descansos durante la hora y media de debate y que se negaron a someter al aspirante a un test antidrogas. “Resulta obvio que el equipo de Biden busca una red de seguridad que pueda darle el liderazgo en el debate”, se recalca. ¿Son o no son circunstancias anormales?
A bote pronto, en la primera cuestión sobre la nominación de la juez Amy Coney Barrett al Tribunal Supremo, sorprende la calma de Trump, mientras que Biden le interrumpe en alguna ocasión. “¡Joe!”, interviene Trump, sorprendido de que le robe el protagonismo. Sólo es un espejismo.
“Mi trabajo es ser lo más invisible posible”, se prometió Wallace, uno de los pocos periodistas de la Fox que se ha atrevido a ponerle la proa al presidente. A los pocos minutos, una vez que Trump empieza a perder la pose, se enzarza con el moderador, que le ha de recordar cual es su labor. Varias veces le pide callar o directamente le quita la palabra.
Decían que la primera media hora era clave para Biden, que lleva ventaja en las encuestas. Hillary Clinton, que por tres ocasiones debatió con Trump en 2016 y siempre pareció ganar –luego perdió las elecciones-, le recomendó a su colega de partido que sobre todo, no picara en el anzuelo de la provocación. Adopta el papel contrario y en todo momento aplica la táctica de aguijonear a Trump. En su defensa, el presidente replica con la estrategia de interrumpir constantemente para desquiciar a Biden.
“Todo el mundo sabe que eres un mentiroso”, le dedica el aspirante a Trump, una vez que éste ya le ha acusado de socialista y de estar bajo control de los radicales de Bernie Sanders. Biden intercala sonrisas para menospreciar lo que escucha, o esquiva mirar a su contendiente, al que busca retratarlo como un líder desdichado, incompetente y egoísta. Incluso le califica de “payaso”.
Trump, sorprendido de entrada, recupera su estado puro, sin ningún tipo de respeto por el hijo muerto de Biden, Beau, fallecido en 2015. Argumenta que si tiene mal cartel –su aprobación nunca ha superado el 50% y cuenta con la media más baja de los presidentes recientes-, la culpa es de los “fake news”. Se le nota celoso. “¡A mi la prensa me trata mal y a ti bien!”, exclama el presidente.
Este es el nivel. Al hacer referencia a los más de 200.000 muertos por el coronavirus en Estados Unidos, Biden recuerda la incompetencia de Trump. “Recomendó inyectarse lejía”, apostilla. “No seas sarcástico”, contesta Trump. Y remata: “Te has olvidado hasta de la universidad en las que estudiaste, sacaste pésimas notas, no eres nada inteligente”. Lo dice Trump, de quien su sobrina confesó que el examen de admisión a la universidad se lo hizo otra persona.
Se cumple y se rebasa el pronóstico de que habría golpes bajos. En el balance final, entre insultos, reproches, interrupciones -en especial por el presidente-, esta velada se convierte el debate más caótico que se recuerda. No pocos comentaristas subrayan que “es el peor” que se ha visto en mucho tiempo. “En realidad –señala Jake Tapper en la CNN- no ha sido un debate, ha sido una desgracia”.
En The New York Times, Lisa Lerer da su veredicto: “Os puedo decir quien es el perdedor de este debate: los votantes”.
Esta web se reserva el derecho de suprimir, por cualquier razón y sin previo aviso, cualquier contenido generado en los espacios de participación en caso de que los mensajes incluyan insultos, mensajes racistas, sexistas... Tampoco se permitirán los ataques personales ni los comentarios que insistan en boicotear la labor informativa de la web, ni todos aquellos mensajes no relacionados con la noticia que se esté comentando. De no respetarse estas mínimas normas de participación este medio se verá obligado a prescindir de este foro, lamentándolo sinceramente por todos cuantos intervienen y hacen en todo momento un uso absolutamente cívico y respetuoso de la libertad de expresión.
No hay opiniones. Sé el primero en escribir.